viernes, 23 de enero de 2015

Alegato ecologista de Victor Hugo

Los Miserables es una obra de Victor Hugo conocida no sólo por sus valores literarios, sino también por su denuncia de la miseria, la pobreza y la explotación, su reflexión sobre el bien y el mal y su defensa de la democracia, del poder del pueblo y de la igualdad de todos los hombres con un reparto justo de la riqueza.
A pesar de ser una novela del siglo XIX, los valores sobre los que reflexiona son totalmente contemporáneos y, lamentablemente, su denuncia es igual de necesaria y aplicable que entonces. Pero aparte de lo ya conocido, resulta curioso en su lectura descubrir un alegato ecologista en uno de sus capítulos finales, más sabiendo que en 1862 aún era pronto para saber las consecuencias para el medio ambiente de la Revolución Industrial y no existían problemas tan graves como actualmente.
En este extracto se observa cómo Victor Hugo, a modo de visionario, defiende la utilización de desechos para convertirlos en algo útil, un reciclaje del que incluso propone un mecanismo de funcionamiento, a la vez que critica la indiferencia de la sociedad por la contaminación y el gasto económico que ello conlleva.

La ciencia, tras haber andado a tientas mucho tiempo, sabe hoy que el abono que mejor fecunda y resulta más eficaz es el abono humano. (…) Una gran ciudad es la estercoladora más poderosa. Utilizar la ciudad para abonar la llanura sería un éxito seguro. Nuestro oro es estiércol, pero en cambio nuestro estiércol es oro. ¿Qué hacemos con ese estiércol de oro? Lo arrastramos hacia el abismo. (…) Si todo el abono humano y animal que desperdicia el mundo se lo devolviéramos a la tierra en vez de tirarlo al agua, bastaría para dar de comer al mundo. 
(…) Es todo el mundo muy dueño de desaprovechar esa riqueza y, además, muy dueño de pensar que digo ridiculeces. Será la obra maestra de su ignorancia.
Calculan las estadísticas que sólo Francia vierte e invierte todos los años en el Atlántico, por la desembocadura de sus ríos, un depósito de quinientos millones. Tomemos buena nota de lo siguiente: con esos quinientos millones podrían cubrirse las tres cuartas partes de los presupuestos del Estado. Los hombres son tan hábiles que prefieren quitarse de encima esos quinientos millones tirándolos al arroyo. (…) Cada uno de los hipidos de nuestra cloaca nos cuesta mil francos. Con dos resultados: la tierra empobrecida y el agua apestada. (…)
Un aparato de doble tubería, dotado de válvulas y de esclusas de limpieza, que aspirase y expulsase, un sistema de drenaje elemental, tan sencillo como los pulmones humanos, que funciona ya a pleno rendimiento en varias comunas inglesas, bastaría para traer a nuestras ciudades el agua pura de los campos y enviar a nuestros campos el agua enriquecida de nuestras ciudades; y ese fácil vaivén, el más sencillo del mundo, dejaría en casa los quinientos millones que tiramos fuera. Pero nadie piensa en eso.
(…) Cuando el drenaje, con su doble función, devolviendo lo que toma, haya sustituido en todas partes a las alcantarillas, que son un simple lavado empobrecedor, entonces, combinándolo con los datos de una economía social nueva, se multiplicará por diez el producto de la tierra y el problema de la miseria se verá atenuadísimo. (…) Entretanto, la riqueza pública se va al río e impera el despilfarro. Despilfarro es la palabra. Y así se arruina Europa, extenuada.
(…) Así es como, con la ceguera de una mala política económica, ahogan el bienestar común y dejan que se lo lleve la corriente y se pierda en los abismos.