miércoles, 19 de diciembre de 2012

Los inviernos que no se incendian deberían suprimirse de los años contados. En su caso, todos fueron gélidos, blancos y escarchados, así que al final de su vida sólo existió la primavera.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Siete días

Sumergirse en aguas silenciosas con más luces que sombras, intentando alcanzar el vacío que se vuelca por las burbujas que se forman al expulsar el aire sólido. Nadar y no sentir la frialdad líquida, sino una calidez brumosa que va notificando a las extremidades que todo alrededor se espesa y adquiere tonalidades neutras. El instinto lleva a agarrar el equivalente al clavo (que no arde) de este lado negativo de la superficie, y al aferrarse a él, ser consciente de que la mano sujeta el agua sólida y oscura que atrapa al desconcertado buzo, segundos antes de pestañear en morse una súplica que hace eco.

lunes, 10 de diciembre de 2012


Esa mañana, se levantó en su fotografía. No podía darle la vuelta para evitarla, pues era consciente de que el marco era él mismo. Tomó sus pastillas para el dolor matutino – tengo que comprar otra marca – pensó, - la indiferencia que prometen no aparece por ningún lado -.  Se dirigió a la cocina y cogió la lista de la compra que estaba pegada con un imán de promoción.

Tijeras 
Pegamento
Pastillas de indiferencia
Cuerda
Chocolate

Junto a “pastillas de indiferencia” escribió “otra marca” para acordarse cuando llegase a la farmacia.

Se vistió de manera automática con la ropa que eligió la noche anterior, cogió la cartera y salió a la calle. La mañana era espléndida, de las que a él le gustaban: azules y amarillas, de esas que repelen los cuerpos artificiales que estamos obligados a llevar seis meses al año. Pero a pesar del regalo que la meteorología le hacía, sentía que el día no hacía juego con él.

Malditas pastillas.

Se dirigió a la tienda de barrio más cercana. Nunca le gustaron las tiendas de barrio, le resultaban demasiado íntimas e incompatibles con la timidez, por eso, se apresuró a coger todo lo que necesitaba evitando preguntar al dependiente, que observaba con atención sus movimientos, pues no había nadie más allí dentro y no fuera a ser que en un descuido uno de sus productos resbalara y evitara el suelo cayendo en uno de sus bolsillos.
Cuando al fin salió de la tienda notó cómo descendían sus niveles de ansiedad. El suspiro de alivio que lanzó hizo las veces de pistoletazo de salida y sus pies comenzaron a moverse en dirección a la farmacia. Era consciente de que junto a su portal había una, pero decidió entrar en la que hacía esquina tres calles más allá, ya que siempre prefirió los caminos enrevesados a los directos.  - Así me va, convertido en pastillero para adormecer latidos que me gritan lo que ya sé y no quiero oír -, pensó.


-       Pastillas de indiferencia, por favor.
-       ¿Qué marca?
-       ¿Cuáles tiene?
-       Nos quedan “Lamarcadesiempre” y “Otramarca”
-       Déme “Otramarca”


Con la caja de pastillas convenientemente envuelta por el farmacéutico para preservar la intimidad de lo que cada uno hace con su cuerpo, subió a su casa, y al entrar, pensó que la luz que se colaba en ella llenaba sus rincones de la misma manera que la frustración tapaba los suyos. Envidió cada habitación del piso, por poder vaciarse y llenarse, y en ese momento decidió comenzar con el plan.

Sacó las tijeras y agarró con la mano el nacimiento de la cuerda que crecía a la izquierda de su pecho. El pulso le temblaba, pero consiguió cortarla. Al otro extremo de la cuerda, unas calles más lejos, notó cómo ella caía de espaldas tras el cese de la unión.
Cogió la cuerda nueva y el pegamento y los guardó a buen recaudo, junto a una fotografía en negativo que presentaba una cara desconocida. Abrió el bote de chocolate que estaba en el fondo de la bolsa y observó un texto impreso en la tapa:

Indicado especialmente para soledad crónica y cortes dolorosos de liberación. No se registraron efectos secundarios. Puede causar retención de líquidos al impedir el llanto.

De pronto, empezó a sentir que se desbordaba, que se caía por dentro. La amputación comenzó a sangrar y se asustó. Desenvolvió a toda prisa la caja de pastillas y las echó todas en el bote de chocolate, que comió compulsivamente, pero cuando tocó el fondo con la cuchara, su cabeza dejó de responder y se mareó. Intentó levantarse para coger el teléfono, para llamarla y decirle que aunque las putas pastillas esta vez sí han hecho efecto, no iba a olvidarla, pero sus piernas se habían convertido en unas columnas de papel arrugado, por lo que tropezó con la mesa que presidía el salón y cayó inconsciente sobre su fotografía velada.