domingo, 25 de noviembre de 2012

Pies

Recostada sobre muelles, espuma y tela, recorro con mi vista ciega los surcos de mi cuerpo. Voy palpando cada pelo, cada lunar, cada vena en relieve, cada célula, cada cicatriz en forma de relato breve. Y llego al antagonista del pensamiento, a la materialización de mi azotea abstracta, a mi apoyo silencioso.

Como un ciego absorto en una novela en braille, toco las zonas hundidas, los resaltos, las curvas, sus huecos. Mis manos son jóvenes, pero sus complementarios opuestos reflejan toda una vida, una enciclopedia de historias y de suelos amantes, y pienso que en realidad los ojos no son el espejo del alma, que si el futuro se lee en las manos, el pasado puede reconocerse más abajo, que todo lo que he caminado formó las arrugas de mis pies. Cada mirada, cada saludo, cada voz, cada caricia subcutánea, cada zumo interpersonal. Y al tocarlo siento las cosquillas de los recuerdos, y un reflejo nervioso sacude el final de mi extremidad...

... y me vuelvo vieja de repente. Las arrugas narradoras de mi pie se alargan como raíces de un árbol centenario y recorren todo mi cuerpo hasta las puntas de mis manos, en las que el futuro se ha hecho grano, que he regalado al cansado caminante que ahora habita en ellas, que no sabe del mañana, pero que graba en relieve cada paso, para tener la certeza de su existencia y no olvidar que su camino supuso el cambio del caudal de las vidas que se cruzaron con su bastón peregrino.


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