lunes, 18 de junio de 2012

Resulta curiosa la capacidad y la voluntad de transformarse en cuerda. Para ello es necesario, primero, haber experimentado demoliciones internas y posteriores auto-reconstrucciones, o lo que es lo mismo, haber sido portador de mucha agua salada y tener los brazos acostumbrados a sujetarse a otras cuerdas; y segundo,  poseer una base sólida, puesto que se han de soportar diferentes pesos, dependiendo de la mano que se sujete y de la cantidad de agua salada que lleve consigo.
Las funciones de la cuerda son dos: servir de sujeción para evitar la caída de la persona en reconstrucción, y balancearla con el fin de ir vertiendo poco a poco el agua salada que no permite el ascenso y emborrona la visión de la realidad.

Como digo, es curiosa la querencia por ser cuerda. Puede que sea por la sensación de salvar, por pura empatía, por ayudar a alguien a completarse a si mismo y ver el resultado, o simplemente por la curiosidad de ver la cara de quien se sujetaba cuando ha logrado ascender.


Todo este despliegue de ayuda a la reconstrucción sirve también (y sobre todo) a manos desconocidas aunque percibidas muy levemente, y su finalidad es la sonrisa no vista pero sí sentida. Y eso es todo lo que necesita la cuerda.


Podrían hacerse muchas cosas para proponerse como soporte, podría intentarlo hasta yo, pero lo único que sé hacer es escribir, así que aquí estoy, hablando sobre cuerdas para decirte lo que ya sabes de la manera más redundante que he encontrado.

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