martes, 13 de septiembre de 2011

Super 8 - J.J. Abrams -






Se han dicho muchas cosas sobre Super 8: que intenta ser ochentera sin conseguirlo, que es mala, que es buena, que no da lo que promete, que sí lo da... Todo esto se debe a que Super 8 es una película llena de contrastes, tanto dentro (la inocencia y el espíritu de las películas de los 80 frente al despliegue de efectos especiales típico en J.J. Abrams) como fuera de ella (los espectadores o la aman o la odian).
Es cierto que en la película se aprecian dos partes bastante diferenciadas, siendo la primera más satisfactoria que la segunda, y es en esta primera parte, en el planteamiento, donde se encuentra la base de Super 8, la historia real, lo que de verdad nos cuentan: el amor por el cine.
Lo que destaca de Super 8, lo que la hace entrañable, lo que recoge mejor esa nostalgia de Los Goonies o ET que tanto se ve reflejada, es la película que rueda el grupo de niños protagonistas. Esa es la verdadera historia, el alma de Super 8. Esa ilusión, esa falta de medios salvada por el talento, esa inocencia, esa vocación, es lo que relamente importa, es el homenaje real. Porque las películas a las que remite eran así: primerizas, con medios limitados, artesanales, que a pesar de su aparente inverosimilitud respiraban verdad y pasión. En Super 8 se nos hace un regalo y se nos muestra el corazón del oficio de cineasta, sin artificios, sin adornos, totalmente desnudo. El afán de hacer cine por hacer cine, sea como sea, teniendo como únicas herramientas el talento y el deseo de materializar fantasías.
Porque en realidad, el cine lo hacen niños con ganas de contar historias, de contar lo que pasa alrededor, con ganas de mostrar a los demás lo que ellos ven y el resto no son capaces de darse cuenta.

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