martes, 27 de septiembre de 2011

El despertador de Gustavo Gutiérrez iniciaba su pitido diario a las siete horas, cero segundos, exactamente. A las siete y cinco minutos calentaba el café en el microondas, dos minutos cero-cero, más una cucharada rasa de azúcar. Dedicaba veinte minutos a su aseo matutino: diez de ducha y diez de afeitado (doce en caso de corte). A las ocho en punto cerraba con llave la puerta de su casa y llegaba a su oficina con los cinco minutos de antelación suficientes para leer los titulares del periódico, sentado frente a una pantalla de ordenador, un calendario promocional de una imprenta, un bote con tres bolígrafos (rojo, azul y negro) y la fotografía enmarcada de una planta, los únicos seres vivos con los que se sentía cómodo.
A las catorce horas, cero segundos, Gustavo Gutiérrez dejaba su puesto de trabajo y comía en el restaurante que había doblando la esquina. Menú del día, quince euros, más un licor de hierbas para la digestión, cortesía de la casa. Dos horas después de su ausencia, volvía a la oficina, donde trabajaba hasta las cinco y treinta minutos. Tras media hora llegaba a su casa, y allí alternaba sus aficiones en función del sentido utilizado: una hora de lectura, una hora de música y una hora de televisión. Al mismo tiempo que comenzaba la sintonía de las noticias, calentaba su cena en el microondas, cinco minutos cuarenta segundos. Mientras hacía la digestión, colocaba cuidadosamente y en orden, la ropa que llevaría al día siguiente, y por último, deshacía la cama de forma metódica y se metía en ella a las once horas cero segundos, conciliando el sueño a las once horas quince minutos (fase REM: cero horas, cinco minutos).

Pero una mañana no muy diferente de las demás, el camión de agua terminaba de limpiar las calles, la churrería daba de desayunar a sus primeros clientes, el perro del elegante balcón de enfrente comenzaba a ladrar y el despertador de Gustavo Gutiérrez, una máquina perfecta creada por manos imperfectas, retrasó su pitido de alarma. El despertador de Gustavo Gutiérrez no sonó a las siete horas, cero segundos, sino a las siete horas, tres minutos.

Aquella mañana, la vida de Gustavo Gutiérrez había cambiado para siempre.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Lo cotidiano

Mientras andaba por la calle, por ejemplo, esta mañana, me he fijado en una pareja de ancianos; paseaban con las prisas del que sabe que ya lo ha hecho todo. Él empujaba la silla de ruedas en la que iba ella, sentada y enferma.
De repente, el anciano se para y se pone frente a ella. Ella no puede mirarle a los ojos, porque su enfermedad le impide mover el cuello, pero él la mira, la ve no como está ahora, sino como ella ha sido siempre, y el anciano le acaricia la cara con ternura.

Entonces yo me doy cuenta de que hay esperanza, de que, aunque a veces parezca que no, todavía hay cosas que son de verdad.

martes, 13 de septiembre de 2011

Super 8 - J.J. Abrams -






Se han dicho muchas cosas sobre Super 8: que intenta ser ochentera sin conseguirlo, que es mala, que es buena, que no da lo que promete, que sí lo da... Todo esto se debe a que Super 8 es una película llena de contrastes, tanto dentro (la inocencia y el espíritu de las películas de los 80 frente al despliegue de efectos especiales típico en J.J. Abrams) como fuera de ella (los espectadores o la aman o la odian).
Es cierto que en la película se aprecian dos partes bastante diferenciadas, siendo la primera más satisfactoria que la segunda, y es en esta primera parte, en el planteamiento, donde se encuentra la base de Super 8, la historia real, lo que de verdad nos cuentan: el amor por el cine.
Lo que destaca de Super 8, lo que la hace entrañable, lo que recoge mejor esa nostalgia de Los Goonies o ET que tanto se ve reflejada, es la película que rueda el grupo de niños protagonistas. Esa es la verdadera historia, el alma de Super 8. Esa ilusión, esa falta de medios salvada por el talento, esa inocencia, esa vocación, es lo que relamente importa, es el homenaje real. Porque las películas a las que remite eran así: primerizas, con medios limitados, artesanales, que a pesar de su aparente inverosimilitud respiraban verdad y pasión. En Super 8 se nos hace un regalo y se nos muestra el corazón del oficio de cineasta, sin artificios, sin adornos, totalmente desnudo. El afán de hacer cine por hacer cine, sea como sea, teniendo como únicas herramientas el talento y el deseo de materializar fantasías.
Porque en realidad, el cine lo hacen niños con ganas de contar historias, de contar lo que pasa alrededor, con ganas de mostrar a los demás lo que ellos ven y el resto no son capaces de darse cuenta.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Lleva las medias flojas por los tobillos. Me molesta eso: tan sin gusto. Esa etérea gente literaria son todos. Soñadores, nubosos, simbolistas. Estetas es lo que son. No me sorprendería que fuera esa clase de comida de ahí lo que produce como ondas del cerebro lo poético. Por ejemplo a uno de esos policías sudando por la camisa estofado irlandés no se le podría exprimir ni un verso. No saben ni qué es poesía. Hay que estar en cierto estado de ánimo.




Ulises, James Joyce