martes, 23 de febrero de 2010

Déjame entrar - Tomas Alfredson, 2009 -

 

 Déjame entrar es un regalo. Un placer inesperado que te alegra un día borrascoso. Como el día en el que, como vía de escape emocional, decidí ir al cine, mi adorado refugio. Miré la cartelera y me decidí por una película recién estrenada y de la que no había oído hablar. Lógicamente, varias semanas después llamó la atención que merecía y se convirtió en uno de los filmes más comentados.
Nunca había visto una película de vampiros impregnada de tanta inocencia. El amor que se despierta entre los niños es tan real, está tan bien contado, que consigue no rozar ni caer en la sobredosis de azúcar (como hace la aborrecible saga fílmica de Crepúsculo).

Desde el punto de vista del guión, está todo muy bien atado y pensado, para que todas las piezas sean imprescindibles para lo que va a continuación; para que lo que ocurra deba ser eso y no otra cosa. Oskar, el protagonista, vive en un mundo ochentero rodeado de nieve. Y no sólo de nieve física, sino también emocional. Abusan de él en el colegio y pertenece a una familia disfuncional, es por tanto que la nieve que ocupa un lugar destacado en la película sea además la nieve del interior del niño. 
Será algo aparentemente oscuro, maligno, lo que le proporcione la felicidad a Oskar. Otro gran acierto, pues nada es lo que parece en Déjame entrar. Los buenos son los malos, y los malos logran sacar al protagonista del mundo nevado en el que vive.

Esto, ayudado de una dirección muy elegante y de una fotografía que logra transmitir el ambiente en el que se desarrolla la película, consiguen hacer de Déjame entrar una delicatessen que se disfruta poco a poco, a pequeños bocados.
Destacan sobre todo esas imágenes que no se ven, esos fuera de planos tan informativos. Tomas Alfredson ha sabido jugar con el fuera de campo, con aquello que no vemos, haciendo más apasionante si cabe la historia que nos cuenta, pues es mucho más inquietante no ver lo que está ocurriendo (como bien sabe y utiliza Michael Haneke). Un fuera de campo que llega hasta el propio diálogo, como se observa al final de la película, con esa frase en morse que Oskar le dedica a Eli.

El título de la película resulta irónico y muy adecuado a la vez, ya que durante todo el largometraje el protagonista pide a gritos mudos salir; salir de ese mundo, salir de su vida. Y lo conseguirá dejando entrar a Eli, y ésta, dejando entrar a Oskar, aprenderá a amar y a huir también de su propia vida, ya que si ambos personajes tienen algo en común es el rechazo a su presente.

jueves, 11 de febrero de 2010

Nine (Rob Marshall, 2009)

 


Las comparaciones son odiosas. Pero si haces una película basada en un musical que a su vez está basado en una obra maestra de Fellini, tienes que arriesgarte a que te comparen. Y como  Nine película =  Nine Broadway y Nine Broadway = Ocho y Medio, por tanto Nine película = Ocho y Medio. De esta manera, hablaré de Nine, la película, como versión de Ocho y Medio.

Nine es Ocho y Medio para tontos. Si alguien vio Ocho y Medio y no la entendió, que vea Nine. Esta americanada con ínfulas de película italiana de los 60 no deja lugar a la reflexión, la imaginación o las teorías. Si Fellini dejaba al espectador el papel de adivinador de metáforas, aquí destrozan la ambigüedad para dárselo todo al público bien explicado, no vaya a ser que salga del cine con dolor de cabeza de tanto pensar. Cada cosa, cada relación, cada gesto, está bien amarrado, bien explicado, y, por si acaso, bien repetido. Te machacan las razones por las que Guido,  un Daniel Day-Lewis bastante bueno pero que no le llega a la suela de los zapatos a Marcello Mastroianni (al menos en este personaje), tiene un bloqueo artístico. Te muestran a lo largo de la película la incapacidad de amar del protagonista, y por si acaso no había quedado claro, terminan verbalizándolo (¡horror!).
Y es precisamente la verbalización una de las características más destacables y aborrecibles de Nine. Que te cuenten lo que estás viendo es cansado, además de un insulto a la perspicacia del espectador y al concepto de cine. Intuyo que han pretendido adaptar una película neorrealista al lenguaje cinematográfico norteamericano de masas, y eso es imposible de hacer con éxito. La historia, los personajes, sus acciones, motivaciones y comportamientos sólo tienen sentido en una época, un espacio y un movimiento artístico. Si pones todo eso fuera de lugar, no tiene sentido. Y si le cambias el idioma, menos aún.

Porque lo del idioma es algo que no entiendo. ¿Por qué son italianos, hablan en inglés y meten palabras italianas de vez en cuando? Es ridículo. Podría creerme que son italianos aunque hablen en inglés, ya que si se le da una uniformidad lingüística llega a tener sentido. Pero que sean italianos, hablen en inglés y cuando les venga en gana suelten un ciao, grazie o incluso conversaciones completas en italiano saca totalmente de lugar al espectador. Este lío de idiomas representa a la perfección el poco interés de los americanos por documentarse sobre otras culturas. Se nota que no se han molestado en estudiar el cine italiano, únicamente muestran una y otra vez el tópico de lo que es ser italiano que tienen los estadounidenses. (Be Italian, que dicen  en una de las canciones). 

Si la analizamos como película por sí sola, sigue teniendo los mismos fallos, aunque se aprecian virtudes. Como musical está muy bien, tiene una gran puesta en escena y los números musicales están bastante conseguidos, con coreografías muy buenas. Pero sólo eso. Un musical no puede sostenerse únicamente por los números musicales, porque entonces es un concierto, no una película.

El pecado más grave (e imperdonable) de Nine es su final. De acuerdo en que es una versión y como tal no debe adaptarse fielmente a Ocho y Medio, pero es ofensivo construir un final tan convencional si la película en la que te basas se aleja completamente de ese concepto. Es un final soso, predecible, facilón, prescindible, intercambiable y que no aporta nada a la película en conjunto. Quien vio Ocho y Medio para poder adaptarla se cagó en los pantalones al ver el final, y decidió americanizarlo y, por lo tanto, terminar de infectar a Nine con esas americanadas odiosas.


Lógicamente, salí de la sala con ganas de gritar "no versionéis obras maestras, y menos si sois americanos".