lunes, 13 de diciembre de 2010

El invierno permanente

Son ya casi dos años de un invierno continuo, y como la nieve gana al fuego por eso de que lo apaga, las posibilidades de un incendio curativo son nulas.



Y así andamos, con mal de invierno crónico.

martes, 7 de diciembre de 2010

A veces, sin querer te encuentras dentro de un poema, cuando, una noche lluviosa en la capital, caminas por una céntrica calle, que extrañamente está vacía, únicamente acompañada por el sonido de la lluvia retumbando en las baldosas y las notas de un violín que se convierte en la banda sonora de tus pasos.

A veces, por cosas como esas, Madrid vale la pena.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Por qué quise ser guionista


Estás sentado en tu butaca, matando el tiempo hasta que llegue la hora. Juegas con el móvil, lees folletos de películas o escuchas el hilo musical sin demasiada atención. De repente, las luces se apagan y la pantalla, blanca aún, se vuelve protagonista, iluminando toda la sala y todas las caras de los espectadores que esperan impacientes.
Es entonces, en esos segundos que transcurren entre el apagón de luces y el comienzo de la película, cuando los niveles de adrenalina que segrega mi cuerpo aumentan de forma descontrolada. En esos pocos segundos imaginas una historia alternativa a la que estás a punto de ver, lo que podría pasar, cómo podría transcurrir, cómo acabaría. Por un breve momento, te conviertes en un contador de historias, en el dueño de la película y del destino de los personajes. También puede ocurrir que te sientas parte de una película, y te embarga la sensación de protagonizar una escena en la que el personaje se sienta en una sala de cine dispuesto a ver un film que le removerá por dentro sin saberlo aún; observas los detalles y piensas cómo los describirías, cómo influirían en el ánimo; ves al resto del público e imaginas su pasado y su futuro, analizas sus gestos y adivinas el porqué de ellos.

Eso es el cine para mí, una descarga de adrenalina, la emoción de la palabra hecha imagen, y de la imagen transformada en sentimiento por el espectador. El cine significa la liberación personal, el contacto consigo mismo, el autoconocimiento a través de la empatía con personajes variados. Es como una sesión de psicoterapia, pero más enriquecedora y barata. Ante una película, hasta el más introvertido puede llorar, y el más triste puede reír; es una vía de escape, de desahogo, de reflexión emocional. La sucesión de imágenes te absorbe y te reencarnas en diferentes personas, en diferentes vidas, con diferentes rasgos, con otro círculo social, otras acciones, otras motivaciones. Puedes volver a ser joven o recordar momentos similares a los que aparecen en pantalla y que en esos momentos se avivan como si volvieran a ser presente. Es ahí donde reside el poder y la magia de la escritura, en transformar a las personas, ya sea en el tiempo que dura la película, o permanentemente en algún aspecto. También la palabra tiene la habilidad de hacer olvidar momentáneamente las circunstancias, de poder relegar las preocupaciones en quien aparece al otro lado de la pantalla. Además, la palabra tiene la maravillosa posibilidad de hacer real lo imposible.


Es por ello por lo que siempre quise ser guionista, porque quiero reflejar mis emociones en el papel y que el público las haga suyas, que las sienta como propias, que mi desahogo sea el suyo. Quiero dar importancia a los detalles y transformar un simple gesto en todo un pasado personal. Pienso que un guión bien trabajado es el germen de una buena película, es su base, su núcleo, y que para dar sentido a la imagen, primero debe existir la palabra. Cuando escribo contacto con mi verdadero yo, me permito volcar en el texto pensamientos y conceptos que de otra manera no podría expresar, y qué mejor manera de escribir que haciéndolo en lo que más me gusta: la ficción audiovisual. La escritura es la actividad con la que más motivada me siento, un esfuerzo intelectual que me hace feliz y al que más pasión le pongo, algo que me merece la pena. Disfruto en el proceso de creación y con las reacciones del resultado de ese proceso, tanto buenas como malas, ya que ambas me ayudan a mejorar los proyectos sucesivos.
El guión es la mezcla perfecta de mis dos aficiones favoritas: el cine y la escritura, aficiones que deseo convertir en mi modo de vida, ya que de esta manera cobrarán más protagonismo en mi día a día, me ocuparán más tiempo y las podré desarrollar más profundamente.

Mi objetivo como guionista es crear historias que produzcan una reacción en el público, porque en eso consiste el arte, en provocar emociones, y el cine es arte. Para ello, me sirvo de lo esencial de lo pequeño, de inventar vidas a través de una mirada, de averiguar el porqué de las arrugas más marcadas en un rostro, de una forma de vestir, de una anécdota, de las frases sueltas de  personas con las que te cruzas por la calle. Porque esas son las cosas que me permitirán desarrollar la habilidad de transformar una frase en una imagen escrita que siga un ciclo de transformación en el que comience siendo un sentimiento del escritor, para luego convertirse en palabra, de ahí a imagen, y de esta última a una emoción del espectador.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Blanco y negro

El blanco y negro invita a la evasión de la mente infeliz, provocando que imagine situaciones paralelas en las que todo va bien y el presente y su futuro potencial consten de menos sombras que la realidad. En esa vida de grises ocurre lo que realmente debería ocurrir, y se dice lo que en verdad debería decirse. Se siente y no se piensa, se actúa y el arrepentimiento no tiene lugar. No somos la suma de hechos pasados, somos puros, sinceros y sin recovecos.
Pero al mirar con perspectiva ese mundo acromático, el dolor de la pérdida y de lo no existente se vuelve una puñalada que provoca la aparición del rojo, y el color irrumpe como una lava ardiente y destructora, eliminando por completo toda sensación grisácea de bienestar.


...quizás por eso siempre preferí las películas en blanco y negro.

domingo, 29 de agosto de 2010

Espaciando

Escritura de un nuevo corto (que posiblemente nunca será rodado debido a mi vergonzosa falta de recursos) en proceso.


Mientras: http://24porsegundo.tumblr.com/


Es más rápido y quita menos tiempo.

lunes, 5 de julio de 2010

martes, 4 de mayo de 2010

Misfits


 No suelo escribir sobre series, sobre todo porque no muchas llegan al standard de calidad adecuado que las asemeje al cine. Pero Misfits, a pesar de no ser un The Sopranos (por la estética y planificación cinematográficas), se merece una entrada, por su cuidadísimo y estudiado guión, por sus buenísimos actores, por la gran construcción de personajes que hay.
Misfits trata de unos jóvenes delincuentes que tras una extraña tormenta de granizo adquieren una serie de poderes, aunque no son los únicos, ya que todas las personas que vivieron la tormenta se han visto dotados con poderes. Según esta premisa todos pensarían que los protagonistas los usarían para hacer el bien y defender a inocentes, pero se nos olvida que esto no es USA, y que ellos son delincuentes. No obstante estos poderes no protagonizan ni eclipsan las tramas, únicamente son una excusa para ellas, ya que en la serie lo importante es ahondar en los protagonistas, en sus emociones, en las relaciones entre ellos, en las que sus poderes no son más que un accesorio, en ocasiones molesto.
Si a priori el espectador podría verse incapaz de empatizar con los personajes, a lo largo del primer episodio logrará ir con ellos, sufrir con ellos, y querrá saber todo sobre ellos, sobre su vida, su pasado, algo que nos irán contando con cuentagotas a lo largo de la serie (de sólo 6 capítulos) y que encontrará su punto álgido en el cuarto episodio. El secreto está en la gran construcción que se ha hecho de los cinco protagonistas, cada uno con una personalidad muy definida y distinta a la de los demás; incluso los acentos están trabajados, de manera que, por ejemplo, el personaje de Kelly, una barriobajera, habla como las barriobajeras londinenses. Los personajes están tan trabajados que el más insoportable resulta el más carismático, a pesar de que objetivamente es despreciable. Hablo, sin duda, de Nathan, quien podría considerarse como el personaje principal, quien, irónicamente, no tiene ningún poder aparente.

Dicen que Misfits es una mezcla de Skins (serie que se emite en la misma cadena, la británica E4) y Heroes, pero creo que, obviando las comparaciones, esta serie consigue un sello único, personal y reconocible, ya sea por su característica fotografía que impresiona desde el comienzo, o por su cuidada banda sonora, que toca grupos como Florence and The Machine, Hot Chip, LCD Soundsystem, Klaxons, Prodigy o The Rapture, cuya canción Echoes se oye como cabecera de la serie.

Podría pensarse que en 6 capítulos no da tiempo a desarrollar tramas con personajes tan complejos, ni siquiera a construirlas debidamente, pero los guiones están tan bien escritos que hace que cada episodio resulte relamente intenso, y además todo está perfectamente hilado, hasta el detalle aparente más absurdo, y esto se comprobará en el episodio final, apoteósico, en el que se cierran todas las dudas y consigue sorprender aún más al espectador, dejándolo con ganas de más. Misfits, como despedida, pone una preciosa guinda final y termina de enamorar al espectador con el espléndido discurso generacional de Nathan; algo así no se veía desde el que dio Mark Renton en Trainspotting.

Y si la serie se ha hecho corta, no hay que preocuparse. Este mes comienza el rodaje de la segunda temporada de Misfits.

miércoles, 28 de abril de 2010

Una vez...

Una vez fui la Maga. Para ti, lo fui. Y yo era tan ignorante que no aprecié el significado ardiente de esa comparación. Ahora lo sé. Demasiado tarde. Si lo hubiese sabido entonces, las cosas serían diferentes, y el paralelo sería el real, y el real sería un y-si.

Todas las chicas quieren ser la Maga. Yo lo era y no supe apreciarlo. Ahora pago la osadía de la ignorancia comprometida con miedo. Por ello viajaré a París con la esperanza de encontrarte en una calle, sabiéndolo pero sin saber, queriéndote sin querer, que es lo único que puedo hacer desde que te conocí. Mientras, tú seguirás preguntándote si encontrarás a la Maga, o quizás ya lo has hecho; porque yo ya no soy más ella, porque la Maga está en tus ojos.

Una vez fui la Maga. Y sólo por eso te estaré agradecida eternamente.



Hablaremos un rato de cine
Y más tarde de arte…
Sí… Tú, arte. Hipnotizante.



(Al chico recíproco. Estés donde estés, estés con quien estés… a mis 30.)

sábado, 3 de abril de 2010

El mal ajeno (Óskar Santos, 2010)




Tras hacerlo muy bien con “Azuloscurocasinegro” y no tan bien con “Gordos”, Daniel Sánchez-Arévalo, guionista de “El mal ajeno”, demuestra que lo suyo es el drama. Esta vez ha construido una historia más sincera, lógica y real. Real a pesar de su premisa fantástica: tras estar a punto de morir y salvarse milagrosamente, un médico descubre que tiene el poder de sanar a las personas.
Y a pesar de ello es cercana y creíble porque Sánchez-Arévalo ha sabido poner en práctica la esencia de todas las historias: los personajes, sus comportamientos, entorno y emociones. Y todo lo demás es una excusa para lo anterior. Por eso “El mal ajeno” te introduce en ella, te hace parte de su trama, empatizas con sus personajes, sufres con ellos; porque esta película sabe llevar muy bien el mundo interno de sus protagonistas, se ha centrado en él, lo ha mimado, lo ha alimentado y lo ha hecho crecer y desarrollarse, como debería hacerse siempre. 

Aunque es cierto que en el camino se han dejado algunas lagunas. El personaje protagonista, encarnado por un muy acertado Eduardo Noriega, está muy bien definido y desarrollado, en detrimento de otros como  el de Angie Cepeda, personaje que resulta un misterio incluso al final. Asimismo, la relación del protagonista con el personaje de Belén Rueda está un poco cogida por los pelos, ya que no se ha sembrado lo suficiente como para que resulte creíble. Aun así, cada uno de los personajes han sido creados con acierto, a pesar de que, ciertamente, hayan sido escritos alrededor el principal, para completarle.
Pero esto último no es un defecto de guión, todo lo contrario; el hecho de que los secundarios sean meramente utilitarios hace que la trama cobre más sentido y ayuda a redondear la historia, a hacerla orgánica.
“El mal ajeno” es una película que no deja indiferente, pues es imposible aburrirse con ella, ya que provoca constantemente dudas, suposiciones, teorías, reflexiones… en el espectador. Y así deberían ser todas las películas, todas deberían hacer participar al público de la manera en que lo ha hecho ésta, ya que haces tuya la historia, la interiorizas, y por consiguiente la comprendes mejor en todos sus aspectos. Incluso llegas a empatizar con quien no empaliza, y ése es el juego de “El mal ajeno”.

En su debut, Óskar Santos ha sabido rodearse de buenos profesionales, consiguiendo un producto de calidad, muy notable y nada vergonzante para el cine español. Con películas así, vamos por buen camino.

martes, 23 de febrero de 2010

Déjame entrar - Tomas Alfredson, 2009 -

 

 Déjame entrar es un regalo. Un placer inesperado que te alegra un día borrascoso. Como el día en el que, como vía de escape emocional, decidí ir al cine, mi adorado refugio. Miré la cartelera y me decidí por una película recién estrenada y de la que no había oído hablar. Lógicamente, varias semanas después llamó la atención que merecía y se convirtió en uno de los filmes más comentados.
Nunca había visto una película de vampiros impregnada de tanta inocencia. El amor que se despierta entre los niños es tan real, está tan bien contado, que consigue no rozar ni caer en la sobredosis de azúcar (como hace la aborrecible saga fílmica de Crepúsculo).

Desde el punto de vista del guión, está todo muy bien atado y pensado, para que todas las piezas sean imprescindibles para lo que va a continuación; para que lo que ocurra deba ser eso y no otra cosa. Oskar, el protagonista, vive en un mundo ochentero rodeado de nieve. Y no sólo de nieve física, sino también emocional. Abusan de él en el colegio y pertenece a una familia disfuncional, es por tanto que la nieve que ocupa un lugar destacado en la película sea además la nieve del interior del niño. 
Será algo aparentemente oscuro, maligno, lo que le proporcione la felicidad a Oskar. Otro gran acierto, pues nada es lo que parece en Déjame entrar. Los buenos son los malos, y los malos logran sacar al protagonista del mundo nevado en el que vive.

Esto, ayudado de una dirección muy elegante y de una fotografía que logra transmitir el ambiente en el que se desarrolla la película, consiguen hacer de Déjame entrar una delicatessen que se disfruta poco a poco, a pequeños bocados.
Destacan sobre todo esas imágenes que no se ven, esos fuera de planos tan informativos. Tomas Alfredson ha sabido jugar con el fuera de campo, con aquello que no vemos, haciendo más apasionante si cabe la historia que nos cuenta, pues es mucho más inquietante no ver lo que está ocurriendo (como bien sabe y utiliza Michael Haneke). Un fuera de campo que llega hasta el propio diálogo, como se observa al final de la película, con esa frase en morse que Oskar le dedica a Eli.

El título de la película resulta irónico y muy adecuado a la vez, ya que durante todo el largometraje el protagonista pide a gritos mudos salir; salir de ese mundo, salir de su vida. Y lo conseguirá dejando entrar a Eli, y ésta, dejando entrar a Oskar, aprenderá a amar y a huir también de su propia vida, ya que si ambos personajes tienen algo en común es el rechazo a su presente.

jueves, 11 de febrero de 2010

Nine (Rob Marshall, 2009)

 


Las comparaciones son odiosas. Pero si haces una película basada en un musical que a su vez está basado en una obra maestra de Fellini, tienes que arriesgarte a que te comparen. Y como  Nine película =  Nine Broadway y Nine Broadway = Ocho y Medio, por tanto Nine película = Ocho y Medio. De esta manera, hablaré de Nine, la película, como versión de Ocho y Medio.

Nine es Ocho y Medio para tontos. Si alguien vio Ocho y Medio y no la entendió, que vea Nine. Esta americanada con ínfulas de película italiana de los 60 no deja lugar a la reflexión, la imaginación o las teorías. Si Fellini dejaba al espectador el papel de adivinador de metáforas, aquí destrozan la ambigüedad para dárselo todo al público bien explicado, no vaya a ser que salga del cine con dolor de cabeza de tanto pensar. Cada cosa, cada relación, cada gesto, está bien amarrado, bien explicado, y, por si acaso, bien repetido. Te machacan las razones por las que Guido,  un Daniel Day-Lewis bastante bueno pero que no le llega a la suela de los zapatos a Marcello Mastroianni (al menos en este personaje), tiene un bloqueo artístico. Te muestran a lo largo de la película la incapacidad de amar del protagonista, y por si acaso no había quedado claro, terminan verbalizándolo (¡horror!).
Y es precisamente la verbalización una de las características más destacables y aborrecibles de Nine. Que te cuenten lo que estás viendo es cansado, además de un insulto a la perspicacia del espectador y al concepto de cine. Intuyo que han pretendido adaptar una película neorrealista al lenguaje cinematográfico norteamericano de masas, y eso es imposible de hacer con éxito. La historia, los personajes, sus acciones, motivaciones y comportamientos sólo tienen sentido en una época, un espacio y un movimiento artístico. Si pones todo eso fuera de lugar, no tiene sentido. Y si le cambias el idioma, menos aún.

Porque lo del idioma es algo que no entiendo. ¿Por qué son italianos, hablan en inglés y meten palabras italianas de vez en cuando? Es ridículo. Podría creerme que son italianos aunque hablen en inglés, ya que si se le da una uniformidad lingüística llega a tener sentido. Pero que sean italianos, hablen en inglés y cuando les venga en gana suelten un ciao, grazie o incluso conversaciones completas en italiano saca totalmente de lugar al espectador. Este lío de idiomas representa a la perfección el poco interés de los americanos por documentarse sobre otras culturas. Se nota que no se han molestado en estudiar el cine italiano, únicamente muestran una y otra vez el tópico de lo que es ser italiano que tienen los estadounidenses. (Be Italian, que dicen  en una de las canciones). 

Si la analizamos como película por sí sola, sigue teniendo los mismos fallos, aunque se aprecian virtudes. Como musical está muy bien, tiene una gran puesta en escena y los números musicales están bastante conseguidos, con coreografías muy buenas. Pero sólo eso. Un musical no puede sostenerse únicamente por los números musicales, porque entonces es un concierto, no una película.

El pecado más grave (e imperdonable) de Nine es su final. De acuerdo en que es una versión y como tal no debe adaptarse fielmente a Ocho y Medio, pero es ofensivo construir un final tan convencional si la película en la que te basas se aleja completamente de ese concepto. Es un final soso, predecible, facilón, prescindible, intercambiable y que no aporta nada a la película en conjunto. Quien vio Ocho y Medio para poder adaptarla se cagó en los pantalones al ver el final, y decidió americanizarlo y, por lo tanto, terminar de infectar a Nine con esas americanadas odiosas.


Lógicamente, salí de la sala con ganas de gritar "no versionéis obras maestras, y menos si sois americanos".

miércoles, 6 de enero de 2010

El cine en 3D

A pesar de que algunas películas anteriores ya se habían estrenado en este formato, ha sido con Avatar cuando se ha empezado a hablar del 3D como el futuro del cine. Unos lo ven como la salvación y el aumento de espectadores, otros como un paso natural en el desarrollo del séptimo arte, pero yo no creo que sean ninguna de las dos cosas.

El 3D no es el flotador que va a ayudar a que la gente vaya más al cine. La gente  va al cine a ver historias, no a ver imágenes que parecen salir de la pantalla (y que ni siquiera son así realmente). Es cierto que Avatar está batiendo récords y que un mes después de su estreno la gente sigue haciendo cola para comprar la entrada, pero es gracias al márketing, al boca a boca y a la novedad del formato. Hay que recordar que ya con Titanic (del mismo director, por cierto) o con El Señor de los Anillos ocurrió lo mismo, y éstas se proyectaban en 2D. Por lo tanto, las razones por las que la gente va a ver Avatar son muy parecidas a las razones por las que fueron a ver otras.

El 3D no es,  a mi parecer, de ninguna manera, un paso natural en la evolución del cine. No se puede comparar el 3D con la llegada del color o del sonido. El color y el sonido cambiaron la forma de contar las historias y abrieron una serie de posibilidades artísticas y narrativas que, por ahora, las tres dimensiones no ofrecen.

La finalidad de una película es contar una historia, algo que le ocurre a uno o varios personajes. La historia es la esencia del cine. La historia acompañada de imágenes. Pero cuando la imagen sólo sirve para distraer al espectador de la historia, para intentar esconder un mal guión, entonces la imagen le está haciendo un flaco favor al cine. Y eso es el 3D. Este formato obliga a fijar casi toda la atención del espectador en la imagen, en cómo se ve, así que lo que ocurre en la película pasa desapercibido. Un plano bello o una fotografía tan bien construida que te da pistas de la historia, quedan aplastados y enterrados por un brazo que se sale de la pantalla, un mueble con el que parece que te vas a chocar... Eso es una involución muy peligrosa, no una evolución, como nos quieren hacer creer.

Además, ¿qué sentido tendría el 3D en una película intimista, de tono bajo, en la que lo que importa son los sentimientos y la transformación interna de los protagonistas? En esos casos, el 3D es innecesario. Por lo tanto, este formato es prescindible y limitado, ya que sólo es aplicable y "efectivo" en cine de animación, acción y ciencia ficción. Se trata, por tanto, de un formato prescindible, y al no ser aplicable a todo el cine en general, no se puede hablar de revolución, ya que no forma parte del séptimo arte en su totalidad, sólo de un trozo ( y su aplicación, como hemos visto, es cuestionable y prescindible).

Avatar, esa película que iba a ser tan revolucionaria, no es nada sin sus efectos especiales. Su guión es un encadenamiento de clichés, de una previsibilidad vergonzosa que no deja lugar a la sorpresa. Es una historia contada mil veces que no se han molestado en cambiar mínimamente. Es Pocahontas, literalmente, llevada al año 2154. Y Avatar, sin su imagen, no es nada. Y aquí con imagen no me refiero a la dirección, puesto que una buena dirección puede salvar una historia mediocre, con imagen me refiero a los efectos visuales, a Pandora. No se puede estar 10 años construyendo un universo como ése para luego incluirlo en una historia tan floja. No es justo ni equilibrado.

Pero qué vamos a esperar de una sociedad aburrida de todo que necesita experiencias cada vez más megalómanas para sentirse satisfecha. Sólo importa el entretenimiento, todo aquello que no obligue a pensar.

Y si a alguien le queda alguna duda de que el 3D no es más que un adorno, prueben a ver la misma película en 3D y en 2D. No cambia absolutamente nada. El 3D no enriquece ni lo más mínimo. Y además se ve mal.